Uno no esta preparado para recibir la noticia más triste que se puede recibir que es la muerte de la MADRE pero lo peor de todo es cuando se esta a la distancia (y me refiero a 7299 millas) y pasar ese «primer duelo» solo. Porque si bien uno tiene amigos, en momentos como ese se necesita la contención de la familia o de tus amigos más entrañables que, por lo general, están allí, donde tu madre murió. Y se hace y se lleva como se puede…
Meses de tristeza, llanto y dolor que, acompañado a la distancia por los seres queridos, pareciera que se hace más llevadero pero el dolor esta y permanece en el pecho y no se va.
Pasó el año y llega el momento de enfrentar la triste realidad, la de ir a visitar la tumba de tu madre y ahí, finalmente, logras reaccionar -si no lo hiciste antes- de que es verdad, que ella esta allí ahora y te arrodillas y lloras frente a ella tratando de expresar todos esos sentimientos contenidos durante todo ese tiempo en soledad.
¡Pero lo aún peor es regresar a la casa donde habitaba tu madre! ¡Eso es lo peor! Sentir su ausencia, no encontrar su sonrisa viniendo a recibirte con los brazos abiertos y ya no sentir ese aroma que ella desplegaba por todo el lugar (principalmente a alguna comida rica que estaría preparando para agasajarte) ya no está y esa es la triste realidad…
Y la buscas por todas las habitaciones como queriendo encontrar algún rastro de ella entre sus cosas y tampoco éstas ya están porque alguien más decidió por vos que hacer con ellas…
Y todo es silencio y vacío y esa angustia que, después de un año, vuelve a instalarse punzante en tu pecho y que no te deja respirar.
Ya no es su casa, ya no están sus cosas, ELLA ya no está…
Los pocos recuerdos que quedan hacen que vuelvan a tu memoria imágenes vividas allí, momentos felices que perdurarán en el tiempo y en tu corazón.
Y entonces llega el momento de cerrar la casa y despedirte también de ella y es como si todo volviera a comenzar: TRISTEZA, DUELO, DOLOR…
Y volvés a pasar por los mismos sentimientos que creíste haber superado meses atrás pero que, al estar acá, más cerca de todo, se hacen más reales y vívidos y cuestan soportar.
La valija es pequeña y no podés poner todos los recuerdos en ella así que sólo tomas los más valiosos (en cuanto a sentimientos no a valor monetario) y regresas a la que ahora es tu casa a 7299 millas de distancia y tratas de ubicar esos objetos y no le encuentras el lugar porque en realidad no pertenecen allí, ya no tienen el mismo sentido ni valor que tu madre les daba.
Pasan los días y te das cuenta que AHORA estas haciendo el «verdadero duelo» y no aquel en el que no pudiste participar por la distancia y el COVID-19 que no te permitió viajar y es entonces cuando la sensibilidad aflora y te vuelves vulnerable pero no quieres -ni puedes- caer, no te lo permites por ella, porque ella querría verte valiente y feliz continuando con tu vida en el lugar que tanto soñaste estar.
¿Cuesta? ¡Sí, mucho! Pero es necesario pasar por ello para fortalecerse y continuar, ahora, desde la orfandad.